Cuenta la tradición que después de la muerte de Cristo, los apóstoles viajaron a diferentes regiones del mundo conocido para difundir el Evangelio. Santiago recibió la difícil misión de evangelizar tierras hispanas donde emprendió una complicada labor. Cuando decidió volver a Jerusalén fue apresado, martirizado y decapitado, tras su muerte, sus discípulos trasladaron sus restos hasta la Península Ibérica, lugar donde el apóstol había predicado en vida. El viaje marítimo duro siete días desembarcando en tierras de Gallaecia (Galicia).
Visitaron a la reina Lupa, por entonces dueña de estas tierras para solicitarle un lugar para sepultar al apóstol. La poderosa monarca pagana, convencida mediante varios hechos milagrosos se convirtió al cristianismo y ofreció su palacio como mausoleo para el apóstol. Los discípulos prefirieron que la Divina Providencia decidiera el lugar de sepultura, por lo que rechazaron el ofrecimiento.
Colocaron los restos del apóstol en un carro con bueyes y vagaron sin rumbo hasta llegar al bosque Libredón, un bosque frondoso lleno de maleza con un castro abandonado y una necrópolis. Un lugar donde la gente tenía miedo a transitar, ya que se hablaba de apariciones extrañas. Los bueyes se negaron a continuar, así que los discípulos tomaron este hecho como una señal divina y este fue el lugar elegido para el enterramiento.
Pero no sería hasta el siglo IX cuando Teodomiro, obispo de Iria Flavia (actual Padrón), fue avisado por un ermitaño llamado Pelayo de los continuos resplandores y lluvia de estrellas que de noche se veían sobre un montículo del Monte Libredón. Así que una noche cerrada, Teodomiro acudió a visitar tan misterioso lugar, cuando vio un campo de estrellas señalando un lugar en el bosque. Las estrellas se precipitaban desde el cielo a la tierra como si pretendieran indicarle que algo ocurría. Al acercarse descubre cubierto por la maleza, un arca de piedra con unos restos humanos en su interior. Por una revelación divina, inmediatamente supo que aquellos eran los restos del apóstol Santiago. El obispo Teodomiro dio nombre a aquel lugar llamándolo, Campo de estrellas, Campus Stellae o lo que es lo mismo Compostela.
Hoy, millones de personas de todo el mundo caminan dirección a la capital gallega para venerar los restos del apóstol. Meta de peregrinos desde siglos medievales que han recorrido el camino mirando al cielo, siguiendo la Vía Láctea que ilumina hasta los más profundos sentimientos. Aquel Monte Libredón se ha convertido en las calles y plazas que rodean la magnífica catedral que hoy conocemos, levantada para albergar las reliquias del apóstol.
Desde el punto de vista artístico, pronto te verás inmerso en sus grandes dimensiones que según nos describe el Códice Calixtino: "no hay grieta ni defecto alguno; está magníficamente construida, es grande, espaciosa, luminosa, armoniosa, bien proporcionada en anchura, longitud y altura y de admirable fábrica".
La fachada de la plaza del Obradoiro con sus torres que alcanzan los 74 metros de altura, es la imagen de la ciudad mas fotografiada. Una vez traspasado el umbral del espectacular Pórtico de la Gloria, en el interior de la catedral, aunque ha sufrido diversas transformaciones, el estilo románico primitivo aparece en las columnas, pilares, capiteles y naves. En la nave central encontrarás la tumba del apóstol Santiago, inamovible desde que fuera descubierta. Antes de abandonar el templo, si te apetece, no debes olvidar abrazar al Santo.
Paseando por el casco antiguo de Santiago uno no puede dejar de admirar la belleza de sus innumerables edificios. Muestras románicas, góticas, renacentistas, platerescas, barrocas o contemporáneas conviven en perfecta armonía. Aunque quizás sea la Plaza del Obradoiro la que más llame la atención por su majestuosidad y belleza, gracias a los edificios que la circundan. Después de tanto arte e historia, para recuperar fuerzas, acercate a la Rúa do Franco, cuyo nombre lo recibe de los peregrinos llegados a través de los Pirineos. Hoy es una de las calles que concentra la mayor parte de la oferta gastronómica típica, herencia de los taberneros medievales que se asentaron allí para atender a los peregrinos.
Santiago de Compostela es una ciudad de gran monumentalidad, bulliciosa y a la vez tranquila. Se la conoce como la ciudad del apóstol el lugar donde, según la tradición, el obispo Teodomiro descubrió sus restos y la llamó Compostela "Campo de Estrellas".
Rafa
Me encanta, Rafa, esto que nos cuentas sobre el origen del nombre Compostela, y magnífica la descripción del Códice Calixtino sobre la impresionante catedral de Santiago.
ResponderEliminarEs una ciudad que si no se conoce, a mi parecer es imprescindible visitar. Y aunque ya se conozca siempre es un lugar para volver, es acogedora, monumental y por múltiples motivos, atrayente.
El camino a Santiago se puede realizar por muchos y diversos motivos pero sin duda llegar a la ciudad y maravillarse ante la majestuosa catedral recompensa a cualquiera. Recorrer sus calles empedradas y resguardarse de la lluvia al abrigo de los soportales es imprescindible y ¡cómo no! degustar su gastronomía es un placer. Bonita historia la del "Campo de estrellas".
ResponderEliminarSantiago es una de las ciudades más monumentales de nuestro país. Llegar a ella y quedarse maravillado todo es uno, sobre todo con el conjunto que forma la catedral y su entorno, una de las estampas más espléndida de esta capital gallega.
ResponderEliminarInteresante historia del origen de esta ciudad.
Hermoso relato y hermoso lugar. Me parece que lo he recorrido contigo. gracias
ResponderEliminarGran historia la que nos cuentas Rafa, un placer que nos enseñes el origen de Compostela y su nombre. Esta ciudad me atrapó cuando la conocí, no iba con grandes ilusiones, pero su ambiente y la inmensa y monumental Plaza del Obradoiro, me supieron a gloria bendita. Es una ciudad viva con entidad propia. Todo esto solo en medio día que es lo que estuve por allí, habrá que volver y descubrir más rincones decla capital gallega.
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