Atravesando el famoso Puente de
las Cadenas, sobre el emblemático río Danubio, se llega a la iglesia más grande
de Budapest. Está dedicada a San Esteban, Rey de Hungría.
Su construcción tuvo una agitada
historia, varios de sus arquitectos fallecieron antes de ver finalizada su
obra, por lo que fue sucesivamente modificada.
En la Segunda Guerra Mundial sufrió un incendio que la destruyó casi por
completo. Después su restauración ha durado casi 50 años.
El monumental templo es de estilo neoclásico. Destaca su
gran cúpula, la cual, al igual que la del Parlamento, mide 96
metros y merece la pena subir a ella. La Torre Panorama tiene una galería exterior
desde la cual se obtiene una bonita
vista de 360 grados de la ciudad.
El acceso al templo es gratuito, pero hay que sacar un ticket para entrar a ver el Tesoro y para subir a la torre. Seguramente habremos andando ya mucho por las calles de Budapest, por lo que se agradece el ascensor para llegar a la alta terraza de la cúpula.
En el interior de la iglesia me gustó mucho el suelo de mármol de losas blancas y negras. La bóveda está decorada con mosaicos, pero lo que más llama la atención es el fragmento guardado dentro de un estuche, se trata de la mano derecha momificada del rey Esteban. La reliquia es muy venerada ya que perteneció al fundador del estado húngaro cristiano. Este gobernante se caracterizó por su defensa de la fe y por su dedicación y entrega a su pueblo.
Durante nuestra visita, en la
gran plaza delante de la Basílica, había una feria con puestos de artesanía,
música y bailes tradicionales. Estuvimos un rato por aquí por el curioso
ambiente que había.
Pasamos por delante del Palacio Gresham que acoge en la actualidad el hotel Four Seasons, para mi gusto el más bonito y el mejor situado.
Después para descansar un poco nos acercamos a un café que teníamos ganas de conocer, el Café Gerbeaud, considerado el más elegante y de los más antiguos de Budapest. Lo fundó un pastelero suizo a finales del siglo XIX, y sus creaciones atraían a personas que venían desde muy lejos a probarlas. Como faltaba poco tiempo para la cena no quisimos comer nada, además hubiera sido casi imposible decidir ya que el aspecto de los dulces era suculento. Sentados en la animada terraza tomamos una limonada y un mojito que estaban bárbaros, para después continuar con nuestra ruta por esta maravilla de ciudad.
Inma
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