viernes, 4 de mayo de 2012

AKHENATÓN Y SU REVELADORA HEREJIA: EL ORIGEN DE DOS PASIONES.


“Ninguna divinidad bulle en olla hirviente, ningún espíritu preside ni mora en el volcán, ningún demonio ululante se desgañita por la boca de los lunáticos”.


                                                                                                      Edward Burnett Taylor

Mas que un viaje en sí mismo o la simple descripción de un bello destino turístico lo que sigue a continuación podría definirse como la crónica de un recorrido mental originado por unos incontrastables hechos históricos que quiero dar a conocer  con el fin de que todo aquel que tenga a bien avanzar en esta lectura, o, tenga entre sus planes visitar Egipto, se anime,- si no lo ha hecho ya y tal  como yo lo hice en su momento-,  a profundizar y conocer a la sin par civilización de los faraones.

Todo comenzó con una simple y  pequeña guía de viajes que me hizo de alguna forma cambiar de perspectiva y hasta me atrevería a decir que de rumbo: Tras asistir a un Congreso me habían invitado a  disfrutar de lo que luego sería una  inolvidable travesía por el Nilo. De entrada debo de confesar que gracias a esta guía  me convertí en  nilótico declarado, pues hasta entonces no había sucumbido en demasía al poderoso  influjo de estos parajes milenarios. Pero lo más relevante es que  probablemente su  apresurada lectura e incompleta información fueran las que me impulsaran a  intentar despejar  algunas encrucijadas que se me  habían aparecido a lo largo de mi singladura personal  entre lo concreto y lo abstracto, entre la física y la  metafísica, y, por extensión, entre la razón y la fe.

Siendo fiel a una costumbre bien asentada en toda preparación previa a cualquier viaje a lo desconocido,  me había comprado aquella sencilla guía de viajes  para tener una mínima perspectiva de las maravillas que iba a contemplar. A pesar de la ligereza con la que tal  librillo te trasladaba a otra época, constaté en mis propias carnes  lo mucho que ignoraba sobre estas culturas y saberes  aquel día de noviembre de 2002,  en el que recostado sobre una cómoda tumbona en la cubierta de aquel lujoso crucero fluvial,  nos dirigíamos directamente hacia la antigua Tebas y a sus incomparables centros espirituales de Luxor y Karnak.

En mi ignorancia creía aun disponer de tiempo suficiente para enfrentarme al prodigio de la civilización de los faraones  sin tener que avergonzarme por completo de mí escaso conocimiento sobre aquellos deslumbrantes templos y obeliscos. Solo precisaba de unos pocos minutos, porque la  lectura no daba para más que para obtener, aunque solo fuera unas cuantas referencias y  unos hitos a los que asirme y desenvolverme mejor entre aquellos milenarios e impresionantes vestigios arqueológicos.

Precisaba saber algo más de lo poco  que sabía antes de llegar,  que era, como digo, bien poco, porque luego, una vez en el enclave monumental, acostumbro a retirarme de la riada de visitantes en busca de algún solitario recoveco merecedor de ser registrado fotográficamente. Mientras,  a la par, me permito   desdeñar de forma algo altanera, lo admito,   el repetitivo quehacer de  unos guías que, por regla general y salvo honrosas excepciones, desempeñan su papel mediante la simple transmisión de unos datos que hoy por hoy están al alcance de cualquier clic y por lo tanto, resultan en muchas ocasiones perfectamente obviables in situ.

Plácidamente, desde mi hamaca,  observaba el lento transcurrir de un paisaje cargado de sencillez y de grandiosidad. La majestuosidad del Nilo, su omnipresente luminosidad, la agradable sensación de dejarse llevar por aquel imponente caudal  me trasladaron  mentalmente a mis orígenes y a mi época de formación humana y académica. Añoro ahora  también aquel sentimiento revivido, aquella agradable e íntima sensación de hacer tuyo el sosegado principio heraclitiano de que todo fluye. Principio que, por otra parte,  me ha acompañado siempre en los momentos más intensos  y delicados de mi existencia y que, por afinidad metodológica más que por  simple  e inerte indolencia, suelo aceptar a pies juntillas.

Asimismo recuerdo también como sentí una especie de punzada que me demandaba un cambio de orientación. Comprendí que debía volver a mis autenticas fuentes, a  aquel estadio de ebullición vivencial que  abandoné paulatinamente  por un cumulo de afanes y compromisos que me habían tocado afrontar, por unas circunstancias nada originales y si bastantes comunes a una  mayoría, y  que como a mí,  habían atemperado nuestras ansias y retrasado el culminar de buena parte de nuestros sueños de ver, conocer y viajar. Sentí, en definitiva, que debía  iniciar una nueva etapa por el alargado y curvilíneo río de la vida.



Ni tan siquiera recuerdo el paradero de la pequeña guía en cuestión, pero sí  del especial énfasis que ponía sobre la relación existente entre la  cultura egipcia y  su religión. Entre fechas y croquis, enclaves  y dinastías me llamó poderosamente la atención  la figura del primer hereje conocido, el faraón   Akhenatón. Conocido  también  por Amenofis IV, debe  en realidad  su celebridad más   por haber sido  el esposo de la bella Nefertiti  que como  inductor ideológico en el proceso de imponer una  divinidad suprema por encima de las demás deidades, y por haber trastocado así un orden social e ideológico  que imperaba por milenios en las fértiles riberas del Nilo.

Allí, en el umbral de unos vestigios incomparables y muestra imperecedera de la grandeza de esta milenaria civilización, me hube de preguntar ¿Por qué oscuras razones se le ocurrió al faraón Akhenatón imponer una  divinidad suprema y tensionar al máximo el estable orden social que la antigua fe representaba?.

A medida que iba deslizándome por el Nilo la respuesta iba apareciendo poco a poco ante mis ojos mientras iba contemplando aislados palmerales, espectaculares ruinas y burritos trotones. Paralelamente,  también me iba sumergiendo en el tiempo  a la vez que contemplaba una franja muy  estrecha y extremadamente larga de riberas muy fértiles con  huertos bien cultivados rodeados de luminosos desiertos y ondulantes arenales que  me hacían en su conjunto revivir el escenario que había albergado la antigua civilización egipcia. Estas  rotundas circunstancias físicas  acompañadas de  la necesidad técnica de una reordenación constante  de las tierras fértiles  ante las cíclicas crecidas del Nilo, propiciaron una rápida centralización política allá, por el tercer milenio antes de nuestra era.



En años en donde la crecida del Nilo era menor hacía falta una autoridad incontestable y  de una burocracia diligente y carismática que acomodase a todos los súbditos en un  espacio  cultivable más reducido que en los años de mayor abundancia. Además, en los años de bonanza, de grandes crecidas que podían producir nutridas cosechas, se requería a su vez de toda una autoridad centralizadora  que almacenase reservas de alimentos y fuese capaz de repartirlas entre las zonas menos agraciadas y alargarlas durante la época de “vacas flacas”.

De esta forma, el faraón egipcio se convertía en el garante de un orden social que se sustentaba en un estado de crisis alimentarias recurrentes y el único capaz de hacer un reparto de tierras y existencias que fuera ampliamente aceptado como justo.  Para reforzar su poder y que este fuera realmente incontestado, los primeros faraones justificaron su entramado de hegemonía económica y socio-política incrustando en él una fuerte  ideología religiosa que pivotando sobre el Nilo potenciara su impronta carismática y su fuerte carácter teocrático.

   El faraón se erigía así en guardián del orden cósmico materializándose en Maat, una figura femenina que protegía a todos de Isfet que representaba el caos. Poco a poco, generación a generación, dinastía a dinastía,  el monarca adquiriría la cualidad de ser sobrenatural y como tal mediador entre hombres y dioses sin cuya presencia y actuación el mundo se destruiría. Pasaría  a ser hijo de Ré, divinidad solar, se identificaría  con Horus, divinidad del poder encarnada en un halcón y el Nilo crecía periódicamente  gracias a su exclusiva acción protectora. El orden y la justicia imperan. Alcanza la apoteosis.- transformación de ser humano a ser divino.- y con su muerte se  posesiona de  la eternidad. Sus tumbas, sus  mastabas e hipogeos  no son más que  universos en miniatura y las pirámides, en un país eminentemente plano, son escaleras hacia el cielo, el sol y la eternidad. Solo así podemos entender el descomunal esfuerzo en inversión, impecable diseño, inconcebible   realización técnica, larguísima  proyección de futuro  e ingente  mano de obra que requirieron sus colosales  monumentos en busca de la tan  codiciada eternidad.



Sin embargo  debemos de considerar que prevalecía la tendencia al politeísmo en esta sociedad de obras “faraónicas”. Cada ciudad tenía sus divinidades preferentes que en otros lugares eran consideradas secundarias. El faraón actuaba como aglutinante de todos los cultos sin que prevaleciera uno por encima de los otros y tenía en el clero sus más fieles representantes del orden.

Pero en el siglo XIV antes de nuestra era, Akhenatón promovió el caso más fascinante de experimento político-religioso además de constituir la primera herejía conocida: Heredero de las grandes conquistas de su padre, Amenhotep III, vio como también él  había ampliado su reinado hasta regiones bien alejadas del Nilo y  comprobó cómo sus nuevos súbditos eran ajenos del todo al influjo de su descomunal caudal e influencia. Por ello intentó situar a Atón, la divinidad del disco solar, y, deidad prevalente en Tebas, por encima de las demás y relegando al muy adorado  Amón a ser otra deidad secundaria más. Pretendía alcanzar con ello lo que anhelan todos los políticos, desde Mesopotamia hasta la actualidad: la homogeneidad ideológica de sus súbditos.

Consideró  a Atón como un modelo a seguir  de impronta más universal frente al localismo que representaba las anteriores deificaciones que giraban en torno al  Nilo. Su proyecto  serviría en el interior como instrumento de control ideológico para  debilitar el poder de un clero, cada vez  más proclive a adorar a otras deidades y a sus ojos,  demasiado poderoso. Pero, tal como indicábamos previamente  obedecía también a  una evidente proyección exterior: Volcado en un proceso de expansión imperial, Egipto dominaba nuevos territorios lejos del marco del Nilo. Akhenatón percibió  con lucidez como los mecanismos de control ideológico sobre la población estaban  excesivamente adaptados al ámbito nilótico. Las benefactoras crecidas del Nilo no tenían sentido alguno para los súbditos de las regiones recién conquistadas y alejadas de él. Las complejas castas clericales que habían florecido a sus orillas y que tenían, entre otras, la misión de medir las crecidas del nivel de agua y anunciar así el buen quehacer de su faraón, dejaban de ser autoridades carismáticas  fuera  del estrecho marco  del Nilo.

De esta forma promovió al sol como divinidad suprema buscando en él un objeto de culto de  vocación universal. Se presentaba él mismo como el hijo de Atón, el sol,  y manifestaba que su padre había creado la Tierra y el Nilo y le había puesto allí para su mejor  gobierno. Despojó a la poderosa casta clerical de su cargo de intermediarios terrenales  directos entre el súbdito fiel y el nuevo Dios. Sin embargo  aunque mantuvo buena parte de las formulaciones clásicas  de la ortodoxia egipcia, las adaptó para que sirvieran  mejor al mantenimiento del orden social que él representaba mediante unas liturgias mucho más abiertas y universalistas, más acordes con los nuevos  lindes de su imperio.  Con Akhenatón, la política había promovido la primera herejía religiosa, pero, finalmente con el clero se hubo de topar:

Nunca sabremos si a su muerte Akhenatón alcanzó la eternidad. De lo que si tenemos constancia es que su herejía no le sobrevivió demasiados años y los egipcios volvieron a la ortodoxia anterior: En definitiva, dentro del marco de tensiones propias de toda civilización, el clero había ganado el pulso al faraón, recuperando su cuota de poder perdido durante el corto periodo herético.

Debo de reconocer que la herejía de Akhenatón, hombre refinado e inteligente, estadista y conquistador de amplios y alejados territorios, me resultó absolutamente reveladora. Despertó en mi dos de mis  actuales pasiones: Por una parte avivó la avidez por profundizar en las raíces antropológicas del homo religioso y  muy especialmente el estudio de las herejías como verdaderos puntos de inflexión y como expresión de cambio de un orden social dado y, por otra, logró mi conversión definitiva y sin fisuras hasta ser un  nilótico confeso.  Respecto a mi  crónica adicción por los viajes solo  puedo decir que tras este,  lejos de menguar, aumentó si cabe y no dejo de soñar en volver a estas tierras monumentales  que tantas enseñanzas nos han legado y dispuesto a disfrutar aun más que en mi primer periplo con los mayores conocimientos  que he ido adquiriendo  gracias a figuras tan sugerentes como Akhenatón.

Por ello me atrevería a decir que tal es la grandiosidad  cultural del Antiguo Egipto, tan rápido se llega a la temida borrachera monumental, que conviene ir medianamente preparado  y sabiendo algo más de lo que yo conocía cuando visité por primera vez  aquella inconmensurable y milenaria civilización de los faraones.

Gracias Akhenatón por  tu lúcida visión del mundo. Creo que vale la pena conocerla.

Fernando  Diago
Aprendiz viajero.

4 comentarios :

  1. Creo que Egipto es un destino clásico e ineludible para el que le guste viajar. Lo que allí se puede contemplar es único.
    Su historia es muy interesante y un recorrido por el Nilo impresiona, un río del que ha dependido siempre este país.
    Normalmente es un destino al que se vuelve ya que se tiene la impresión de que por mucho que se haya visto, escuchado y contemplado, queda mucho más por ver, aprender y descubir.
    Personalmente me parece un país fascinante. Gracias, Fernando, por traernos Egipto al blog. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Por lo que cuentas Fernando, Egipto para ti no es solo cultura y arte, es algo más. Hay lugares que cambian la manera de ver el mundo, y para que Egipto
    , el Nilo, sus faraones y su historia pueden llegar espiritualmente a las personas. Viajar.no es solo conocer lugares físicos, es conocer costumbres, formas de vivir, otras formas de pensar. Gracias por traernos al blog tus experiencias y tu manera de ver las cosas. Se aprenden cosas nuevas.

    ResponderEliminar
  3. Un interesante trabajo Fernando , es muy interesante leer tus artículos siempre se aprende algo nuevo.Me gusta Egipto,la belleza y la grandiosidad de todos sus monumentos que han sobrevivido miles de años .Gracias por acercarnos la vida de este faraón tan fascinante del mundo antiguo.

    ResponderEliminar
  4. Que interesante historia la de este faraón hereje que revolucionó la religión con el cambio de culto.
    Me gusta Egipto con sus maravillosos templos y el Nilo, un buen destino turístico que me apetecería mucho conocer.
    Gracias por tus interesantes aportaciones.

    ResponderEliminar

"