martes, 17 de enero de 2012

HANOI, EL DRAGON ASCENDENTE.


       El silencioso fluir de millones de bicicletas que la caracterizaba hasta hace poco ha dado paso, primero,  a  un tupido enjambre de motos y  este,  a un asfixiante parque automovilístico que, entre pitos y bocinas, apenas tiene cabida entre las abigarradas callejuelas de su centro urbano.  

      Las causas de estas transformaciones radican en el “Doi Moi” o la política de reformas y liberalizaciones económicas  que emprendiera el país en las década de los noventa.  Y ha dado lugar a un  manto de desarrollismo exacerbado que  cubre todos los ámbitos sociales, especialmente en la arquitectura, al urbanismo y al tráfico. Lejos queda esa ciudad hermética a las sucesivas invasiones extranjeras, de población de firmes convicciones ideológicas, independentistas primero, revolucionarias después. Hanói es hoy una urbe abierta al inversor extranjero y permeable al turismo internacional, de gente tranquila y amable. 

      “Ha Nói”  significa “entre ríos”,  pero nos quedamos con su antiguo nombre,- “Thang Long”, “Dragón Ascendente”-, que aún siendo más poético  resultaría también ser  más premonitorio, al ser hoy en día y, sin lugar a dudas, una ciudad decididamente pujante  cuyo potencial en nada tiene que envidiar a los demás humeantes dragones  asiáticos.    

     

        Pero tales crecimientos no ha impedido a sus moradores el mantener sus raíces, sus tradiciones y lo que los B-52  respetaron de su arquitectura.   En esto se aprecia una decidida voluntad de enaltecer sus señas de identidad. Tanto es así, que la UNESCO ha galardonado recientemente a su centro imperial histórico con el siempre codiciado título de Patrimonio Mundial.  

       
      Entre lagos y frondosas avenidas,  templos y pagodas,  un primer recorrido cultural por Hanói contemplaría  las manifestaciones arquitectónicas más representativas de las diversas  etapas históricas del país: El Templo de la Literatura, universidad erigida en honor de Confucio. La  Cua O Quang Chuong  o puerta amurallada de la ciudad imperial.   El Lago Hoan Kien, verdadera alma de la ciudad, con su Torre de la Tortuga  en honor de otra victoria antaño obtenida contra la todopoderosa dinastía  Ming de sus vecinos “de arriba”. Amarillentos pero señoriales  edificios coloniales de la época de dominación francesa, hoy muchos de ellos edificios oficiales. La Prisión Museo de Hao La, de estilo colonial, llamado el Hilton de Hanói por los presos americanos. El Mausoleo de Ho Chi Minh, de clara estética estalinista. Y últimamente toda una serie de “rascacielos” que poco a poco van reconfigurando a la milenaria capital de Vietnam dotándola de un nuevo perfil  repartido entre el respeto a la tradición y la vocación de vanguardia.  

Por el lado menos atractivo no  podemos dejar de mencionar al caos circulatorio, el escaso respeto medioambiental sin olvidar  a la inveterada consideración de sus moradores  hacia el perro como cotizado objeto  de culto gastronómico.

Pero de lo que sin duda más destaca  de esta ciudad son sus gentes. Trabajadores  incansables todos parecen tener oficio y beneficio. Por su parte,  el ocio, por regla general,  tiene escasa cabida entre los mayores, aunque no entre los jóvenes ávidos de ponerse rápidamente al día y a   sucumbir devotamente ante la creciente divinización del  modelo occidental más hedonista. Estas costumbres, aliadas a un clima típicamente tropical,  tienden a expulsar a sus gentes de sus casas, convirtiendo a las calles de Hanói en un abigarrado y estridente escenario urbano que apenas duerme y cuyo ajetreo puede llegar a provocar un cierto aturdimiento transitorio.

         Las angostas callejuelas del Distrito de Hoan Kiem diseñadas con vetustos cánones gremiales fueron una laberíntica red de estrechos canales fluviales hasta la llegada de los franceses. Hoy, sobre sus  aceras,  un sinnúmero de tiendecitas han vertido sus mercancías y compartido espacio con miles de motos aparcadas y con toda una población que saca no solo sus infiernillos de cocinar  y sus pequeños taburetes de plástico para ponerse a  comer,-en medio de la calle y  medio a cuclillas-, su caldos con palillos  y sus tallarines con gambas en salsa de cacahuete, haciendo prácticamente impracticable el uso a los que tales pavimentos estaban originariamente destinados: Los peatones se ven relegados así a la precaria suerte de compartir la calle con un tráfico completamente endemoniado. 

Por suerte que, como españoles, estamos bien familiarizados tanto con las artes  del toreo como con las invocaciones religiosas, pues ambas  resultan casi imprescindibles para poder realizar como peatón el más elemental recorrido urbano: Apenas hay semáforos y el trafico de motos, bicis y coches  se fusiona en un fluido denso, amenazante y sin embargo armónico, cuyas trayectorias, aunque no del todo ordenadas, son al menos  razonablemente previsibles. El cruzar una calle deviene por lo tanto una suerte  taurina no exenta de fe,  en la que la única forma de conseguirlo  es lanzándose al ruedo sin dudar un ápice, esperando ciegamente salir con buen pie del lance y confiando siempre en  que los astados locales te divisen primero y te indulten después y en que, por supuesto y  que no te falte,  te eche una manita la providencia. Toda una experiencia.

Pero dentro de este aparente caos rebosante de animación, todo parece estar controlado,-al menos por sus habitantes- porque en realidad, entre toda esta desbordante actividad humana,  reina una sorprendente solvencia oriental. Efectivamente, taxis, 4 x 4, triciclos, bicis, motos y todo tipo de lugareños y foráneos pululan al unísono y  por todas partes conviviendo en un aparente desorden colosal. Las estrechísimas calles  más céntricas, están permanentemente asaltadas por un gentío infinito y ubicuo compuesto entre otros  de menudas mujeres vestidas con su elegante “Ao Dai” tradicional (pantalón largo y casaca) y también tocadas  con sus típicos  “Non La” (cónicos sombreros de paja vietnamitas) que parecen observarte fugaz y enigmáticamente tras una mascarilla que les protege el rostro de la resolana mientras pedalean armónicamente sobre su pesada bicicleta de fabricación nacional. Diminutas vendedoras que portan a sus espaldas y en precario equilibrio dos enormes cestos que, unidos por un fino  bambú, van repletos de frutos tan exóticos y refulgentes como los del dragón. Intrépidos taxistas en moto y osadas estudiantes de tejanos bien prietos, también motorizadas, esquivando y zigzagueando sin parar y con comprobada maestría por las angosturas del torrente humano en el que fluyen. Rickshaws o ciclotaxis o tuc-tucs, o como quiera que se llamen,  portadores de orondos  excursionistas que desbordan  constreñidos sus sufridos asientos. Espaciosos   4 x 4 que milagrosamente logran sortear todo tipo de obstáculos y estrecheces; hombres, casi todos vistiendo camisa clara,- a nuestros ojos  medio clonados-,  que discurren entre pausados andares orientales y trayectorias inciertas y, todo tipo de parroquianos que portan paquetes tan inconcebibles como inidentificables hacia destinos impensables y, siempre gente, mucha gente, todavía mucho más gente   comiendo en plena calle, en medio, en medio  de donde tú precisamente quieres o tienes que pasar… 

En cada esquina, un mercadillo que, con sus toldos puestos a una altura escasamente adaptada al tamaño estándar de los  “Ong Tay” (occidentales), ya sea  de ropas de imitación, flores espectaculares, peces vivos o moluscos de todo tamaño y condición,  legumbres desconocidas y no por ello menos  frescas, u,  objetos y otros  manjares incalificables, van  destilando  un aroma típicamente oriental, mezcolanza,- no sé hasta qué punto afortunada,- de calor tropical, de especias exóticas, humeantes  fritangas y humanidades varias, un  tanto  arduo de asimilar en cualquier viaje iniciático. 

Porque lo impredecible te espera en cada rincón. Paraíso de fotógrafos, pues a nadie le parece molestar que le inmortalices ni que les robes el alma, todo el enmarañado barrio de Hoan Kiem  está generosamente  surtido  de tenderetes y tiendecillas, ordenados eso sí, bajo una cada vez menos estricta clasificación gremial,- calle de las zapaterías, calle de los relojeros, de los hojalateros,  de los vendedores de hierbas, de los marmolistas,  del “dinero fantasma” etc.,-  en los que miles  de personas  comercian con  lo inimaginable y,  a muy buen precio. Si te gusta rebuscar y te dejas llevar por tus compulsiones adquisitivas más superficiales, las compras pueden te pueden llevar a quedarte  sin saldo en la visa. ¡Cuidado!. 


En medio de todo este  barullo urbano, desfilan también campesinos que acarrean sus gallinas, sus flores  o sus hortalizas. Sin parar de entrecruzarte con todo tipo de personas y personajes, con precaución, no ajena a la conveniencia de poseer  una cierta agilidad, te ves forzado a evitar las trayectorias casi inertes de un sinfín de variopintas figuras que, bajo sus muy fotogénicos “Non La”,  se las adivina encorvadas bajo  pesadas cargas de aspecto mastodóntico que amenazan con desparramarse por el ya de por sí bastante ocupado pavimento. Otros muchos, de constitución aparentemente frágil,  arrastran resignadamente  todo tipo de pesados vehículos de dos, tres, o, hasta de  cuatro ruedas sobrellevando estoicamente, incluso cuando monzonea torrencialmente sin piedad  y con el agua hasta  media caña,  todo un cerro de mercancías apiladas en un más que precario y comprometido equilibrio: Desde nasas para la pesca del cangrejo, un cerro de juguetes que culminan en una  inmensa nube de globos de colores, un espectacular fardo de escobas,   hasta simples cebolletas, cochinos, o,    perros enjaulados que, ladrándonos, testimonian su más que previsible destino.


Nos llama también la atención la presencia constante  de cívicos  vecinos  barriendo afanosamente su parcelita de acera y recogiendo  por doquier una basura que, inasequible al desaliento, se encuentra  siempre en perpetuo estado de reposición. A pesar de todo y, en honor a la verdad, Hanói no es una ciudad en absoluto  desaseada.

Porque el centro de Hanói,  bullanguero y estridente  es a todas luces un carrusel multicolor de destellos, pitidos  y sensaciones acordes a  este despliegue permanente de clamores de vibrante humanidad. Es, definitivamente, un bello aunque descarnado  exponente del vivir oriental urbano.

Al contrario de la aparente inseguridad vial de sus calles, la  seguridad ciudadana es prácticamente total. La resignación y la exaltación del trabajo honrado propios a casi todas las religiones orientales, encuadradas a su vez  en un marco penal altamente disuasorio, han configurado un escenario excepcionalmente seguro en el que tratar con sus íntegros vecinos y comerciantes no ofrece más peligro que el no entender su idioma. Fuera del cogollito central de la ciudad, esta nos ofrece una atractiva red de agradables bulevares arbolados cuyo trazado, en una clara emulación de los que tanto abundan en su antigua metrópoli, ha llevado a muchos a considerar a  Hanói, quizás exageradamente, el Paris de Oriente.

Y no podemos concluir esta primera visita a Hanói sin indicarles que no dejen de ver el espectáculo del Teatro de Títeres Acuáticos, los “roi nuoc”. Y sin pedirles también que no se pierdan perderse entre la elegancia oriental y el glamour francés del Hotel Metropole  en el que se alojó,- entre otros muchos afamados huéspedes-, Graham Green mientras escribía como corresponsal de guerra “El americano impasible”, tomando a su salud  un “tra da” (té helado) por mucho que el prefiriese otros brebajes menos diuréticos… 

Ni tampoco dejen de llevarse por su lado más aventurero y probar, siquiera una vez,  de una comida auténticamente vietnamita sentados en medio de cualquier calle  y  acompañar con una “bia hoi” (caña de cerveza) un humeante  bol de “pho”, sopa emblemática del país compuesta de multitud de hierbas, especias,  cacahuetes y tallarines a los que se le añade, buey, ternera u otras proteínas de origen tan variado como exótico y que constituye, probablemente, la mejor y más sabrosa  alegoría de esta singular y remota ciudad indochina. 



Esto es Hanói. El Hanói que hay que conocer, degustar y  digerir como paradigma urbano de este hermoso e interesantísimo país,- hoy por hoy todavía mayoritariamente rural-,  que es  Vietnam.  

Practiquen con los palillos y hasta pronto.


Fernando Diago

8 comentarios :

  1. Un artículo muy completo, consigue que te hagas una idea aproximada de como es Hanoi, si conocer nada de Asia, me ha llamado la atención ese ambiente que tan bien describes. Un ambiente caótico, pero a la vez interesante, me ha dejado muy buen sabor de boca.

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  2. Me ha gustado mucho leer todo lo que nos cuentas de esta lejana ciudad y de un país tan poco conocido. He podido imaginar perfectamente el ir y venir de sus gentes con esa ajetreada actividad que les caracteriza.
    En general es cierto que los orientales son personas trabajadoras, amables y respetuosas.
    Gracias por tus fotos, siempre me han encantado esos sombreros de paja vietnamitas.
    Un saludo.

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  3. Un artículo muy completo y novedoso sobre Hanoi. Es una zona del planeta totalmente desconocida para mi al igual que para muchos. Creo que es una buena guía de viajes para moverse por una ciudad tan caótica con apuntes de su historia pero también nos das a conocer su lado menos amable y eso siempre ayuda al viajero en su periplo.
    Gracias por trasladarnos a este lejano lugar.

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  4. Me ha encantado este artículo, también escrito y documentado de un lugar desconocido para mi . Trasladandome por unos instantes a esa ciudad tan ajetreada y bulliciosa que desconocía que fuera Patrimonio de la Humanidad.
    Felicidades por el escrito , me ha parecido muy interesante . Espero que vengan muchos más . Saludos.

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  5. Interesante este artículo . Describes muy bien esta zona ,seguiré tu consejo de practicar con los palillos por si voy algún día . Espero que escribas más artículos , tan detallistas y tan bien escritos como este. Saludos

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  6. Es un placer compartir con vosotros este espacio de dedicado a lo que mas nos gusta : Conocer y viajar.

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  7. Tal y como es.
    Leer este articulo me ha transportado de nuevo a las calles de Hanoi, su gente, sus calles comerciales, su gastronomía y por supuesto sus motos. Salir a sus calles es una aventura en todos los sentidos. Pero esta ciudad tiene algo mágico y te hace sentir cómodo rápidamente, en seguida aprendes a defenderte con el tráfico, a comunicarte con los amables vietnamitas de duro idioma , a sentarte en las pequeñas banquetas de la calle para degustar los impronunciables pero buenísimos y sanísimos platos caseros y por supuesto a usar los palillos.
    Una ciudad y un pais muy recomendable para visitar.

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  8. ¡CUANTOS RECUERDOS!
    Es verdad que la primera impresión que el viajero recibe al caminar por el centro de Hanoi es de absoluto caos. Las calles son un tremendo batiburrillo de personas, motos, mercancías, yendo y viniendo en todas direcciones, sin dejar apenas espacio para avanzar.Una mezcla sorprendente de colores, olores y ruidos.

    Sin embargo, es fácil adaptarse a este aparentemente descontrolado bullicio. A pesar de que a cada paso hay un puesto de venta, el turista no se siente violentado ni acosado. Los vietnamitas son tremendamente respetuosos y educados y cuando se dirigen a ti es normalmente porque tú te has dirigido antes a ellos y en cualquier caso siempre lo hacen con gran amabilidad. No les incomoda que les observes ni que les fotografíes, tal y como nos cuenta Fernando y tampoco te piden nada a cambio.

    El tremendo reto que en un principio supone cruzar cualquier calle también tiene sus trucos. Efectivamente no somos los peatones los que esquivamos a las motos, sino las motos las que nos esquivan a nosotros. Nuestro paso ha de ser tranquilo y constante, para que las motos prevean nuestra trayectoria y se adapten a ella, pasando por delante o por detrás.

    Oriente fluye con su parsimonia y su serenidad incluso en las calles más ajetreadas, ruidosas y abarrotadas. Sentarse en la calle en una mesita y ver el discurrir de la vida a tu alrededor: todo está en constante movimiento, pero nadie corre ni parece tener prisa; todo son ruidos y voces, pero nadie parece gritar ni pelear.

    En su aparente caos, Hanoi es una ciudad amable, que una vez conocida te atrapa para siempre.

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